Los coleccionistas y Parque Florido

Retrato de José Lázaro Galdiano

José Lázaro Galdiano

José Lázaro Galdiano nació en Beire (Navarra) el 30 de enero de 1862 en el seno de una hacendada familia; cursó el bachillerato en Sos del Rey Católico para después seguir estudios de Derecho en Valladolid, Barcelona y Santiago de Compostela, obteniendo la licenciatura en esta última universidad. Se instaló en la Ciudad Condal en 1882, donde alternó sus estudios con el desempeño de un empleo en la secretaría del Banco de España y con su actividad como cronista de sociedad y crítico de arte en La Vanguardia. En 1888 se estableció en Madrid donde emprendió su aventura editorial más destacada, La España Moderna (1889-1914), revista en la que colaboraron los literatos más destacados del momento –Pardo Bazán, Galdós, Clarín, Valera, Zorrilla, Campoamor, Menéndez Pelayo, Cánovas o Unamuno, entre otros muchos– y en cuya editorial publicó clásicos de la literatura occidental nunca traducidos al español. Su temprana afición por los libros y el arte le llevó a convertirse en experto bibliófilo –consiguió reunir una biblioteca de más de 20.000 volúmenes, entre manuscritos (cerca de 900) e impresos– e infatigable coleccionista de todo tipo de objetos artísticos, afición que también compaginó con su lucrativa faceta como marchante de arte.

En 1903 se casó en Roma con Paula Florido y Toledo (1856-1932), iniciando en 1904 la construcción de su residencia, Parque Florido, palacio destinado desde 1951 a museo de sus colecciones. Enviudó en 1932, año en que comienza a viajar solo y a residir durante años fuera de España, principalmente en París y Nueva York, capitales en las que formó nuevas colecciones luego incorporadas a la que había dejado en Madrid. Murió en su residencia madrileña el 1 de diciembre de 1947 dejando como único heredero de todos sus bienes al Estado español. Un año después se creó la Fundación Lázaro Galdiano, entidad que gestiona el Museo, la Biblioteca, el Archivo y edita la prestigiosa revista de arte Goya.

Retrato de Paula Florido y Toledo

Paula Florido y Toledo

Paula Florido y Toledo nació el 15 de enero de 1856 en la localidad bonaerense de San Andrés de Giles. Fue la hija primogénita del italiano Rafael Florido y de la argentina Valentina Toledo. El 18 de enero de 1873 se casó en Veinticinco de Mayo con el vizcaíno afincado en Argentina Juan Francisco Ibarra Otaola (1834-1881), con quien tuvo cuatro hijas –fallecidas durante la infancia– y un hijo, Juan Francisco (Buenos Aires, 1877-1962). Viuda a los veinticinco años y heredera de una considerable fortuna, se casó en Buenos Aires –el 6 de abril de 1884– con el periodista y escritor gallego Manuel Vázquez-Barros de Castro (Padrón, 1844 - Sevilla, 1885), quien falleció pocos días antes del nacimiento de su hija Manuela. Tres años y medio después, instalada en la capital argentina con sus dos hijos, se unió el 7 de septiembre de 1887 con el porteño Pedro Marcos Gache Astoul (1860-1896), con quien tuvo a Rodolfo, el último de sus vástagos. Su tercer esposo falleció en Cosquín, en la Córdoba argentina, el 3 de septiembre de 1896. En abril de 1900 embarcó junto a sus dos hijos menores rumbo a Europa y fijó su residencia en París, aunque con frecuentes viajes y estancias en otras ciudades europeas.

Con cuarenta y cinco años conoció a José Lázaro, con quien se casó en Roma el 19 de marzo de 1903, actuando como testigos su hijo Juan Francisco y la esposa de éste, María Justa Saubidet. Este enlace permitió a José Lázaro mejorar su estatus como coleccionista y a Paula Florido le franqueó la entrada al mundo del coleccionismo, al que se incorporó con entusiasmo. Paula participó activamente en la decoración de su residencia madrileña, cuya planta noble fue ideada como un espacio para celebrar todo tipo de actos sociales y culturales –tertulias, conciertos, bailes, presentaciones…–, reseñados en las columnas de sociedad de la prensa de la época. Sin embargo, estas actividades cesaron tras la muerte de Rodolfo en 1916, a la que siguió la de Manuela en 1919. Paula Florido falleció en Madrid el 31 de octubre de 1932 legando todos sus bienes a su hijo Juan Francisco con la excepción de la parte que a ella le correspondía de Parque Florido y de las colecciones que albergaba, que las dejó a su esposo.

Proyecto de Parque Florido (arriba) y pabellón español de la Exposición Universal de París de 1900 (abajo)

El Palacio de Parque Florido

El palacio fue promovido por José Lázaro Galdiano y su esposa, Paula Florido Toledo, con el fin de establecer su residencia particular en Madrid, tras su matrimonio en 1903. Confiados en el prestigio alcanzado por José Urioste con su pabellón español de la Exposición Universal de París de 1900 (parte inferior de la imagen), decidieron encomendarle los planos de su residencia, la cual habría de seguir la traza y estilo neoplateresco de aquel. Fechado el proyecto en enero de 1904 (parte superior de la imagen), finalmente no pudo materializarse por falta de acuerdo entre el arquitecto y su cliente, lo que motivó su sustitución por Joaquín Kramer, ligado a comitentes de mentalidad avanzada como Federico Fliedner y Francisco Giner de los Ríos. Manteniendo la concepción general del proyecto de Urioste y asumiendo las continuas modificaciones ordenadas por Lázaro, los nuevos planos pudieron concluirse nueve meses después, comenzándose las obras inmediatamente, con la colaboración de José Lorite, sobrino de Kramer. Cansado de las exigencias del promotor, Kramer abandonó en 1906, asumiendo la dirección facultativa el arquitecto barcelonés Francisco Borrás, quien ya había realizado para Lázaro el edificio colindante donde se ubicaba la sede de su editorial La España Moderna.

El volumen del Palacio, denominado Parque Florido en honor de la esposa de Lázaro, tiene planta rectangular desarrollada alrededor de un patio cubierto, al que se adosa un pórtico y en el extremo opuesto una torre. Al exterior, toda la decoración plateresca proyectada fue eliminada, optándose por un vocabulario más clásico e intemporal. El edificio, con sus valiosas colecciones de arte y bibliofilia, fue donado al Estado español por José Lázaro. La antigua residencia se convirtió en museo, siendo inaugurado en 1951, aunque su nuevo uso exigió una adecuación del interior, encargándose las obras al arquitecto Fernando Chueca, referente de la arquitectura española del siglo XX, quien también llevó a cabo una profunda reforma de La España Moderna para servir como edificio institucional con auditorio, sala de exposiciones temporales, biblioteca, archivo y despachos de la revista de arte Goya.

Techo homenaje a Francisco de Goya. Museo Lázaro Galdiano

La decoración de Parque Florido

Llegada la hora de decorar el palacio, Lázaro confió los trabajos a Manuel Castaños, quien llevó a cabo la ornamentación de cornisas y sobrepuertas, y a Juan Vancell, que se ocupó del encasetonado clásico del pórtico de la fachada principal, dejando a cargo de especialistas franceses las imitaciones de mármoles y maderas. Todo ello se hizo con diseños y dirección del arquitecto Francisco Borrás quien, en sintonía con los gustos de los propietarios, empleó formas renacentistas en los salones de la planta noble y un estilo Luis XVI, más luminoso y a la moda, en las habitaciones de la planta primera, donde la familia hacia la vida. Las colecciones artísticas se distribuyeron en las estancias de ambos pisos, integradas en la decoración general.

La pintura de los techos fue realizada por Eugenio Lucas Villamil, entre 1906 y finales de 1908, mediante la técnica llamada marouflage, lienzos fijados a los techos una vez pintados, en este caso con temas adecuados a la función de cada sala, siguiendo los modelos que el propio Lázaro le facilitaba. El complejo proceso constructivo y decorativo, atentamente supervisado por el coleccionista, se dio por concluido en los primeros meses de 1909. En palabras del Marqués de Lozoya, el edificio se alza como “uno de los más suntuosos ejemplares de morada señorial madrileña en el reinado de don Alfonso XIII”..

El jardín de Parque Florido. Ayer y hoy

El Jardín

El Jardín del Museo Lázaro Galdiano o Jardín de Parque Florido es una pieza esencial no solo por su trazado, sino también por ser uno de los pocos conjuntos de palacete y jardín que han sobrevivido en Madrid hasta nuestros días y que hoy se ha convertido en un auténtico oasis. (El acceso es libre durante el horario de apertura del Museo, excepto los días que se celebren eventos privados).

De líneas suaves y trazado sencillo, está diseñado por el paisajista turinés Alfonso Spalla (1860-1931) según los principios de los tratados de jardinería de finales del siglo XIX, como una derivación del estilo paisajista que se impuso en el siglo XVIII, adaptando lo que los franceses llamaban un “hôtel de ville” al clima madrileño y al gusto isabelino. Organizado en torno al museo, y comunicando el palacio con las calles Serrano y Claudio Coello, se compone de ondulantes caminos enarenados que describen isletas de forma irregular recubiertas con pradera y plantas tapizantes dispuestas siguiendo los criterios establecidos por la corriente en boga de principios del siglo XX: la mosaicultura.

El jardín conserva el repertorio arbóreo del momento, llegado de la India, China, Japón, América, que incluye palmeras, coníferas y frondosas, entre las que destacan cedros, almeces, abeto de Colorado, árbol de las pelucas, castaños de indias, tilo, laureles, hayas rojas o el característico plátano en candelabro, además de naranjos ornamentales. Más de 70 especies -arbolado, masas arbustivas, trepadoras, flores– adornan durante todo el año los senderos de Parque Florido, con azaleas, boj, verónicas, hortensias, magnolias, ciclamen, jazmín estrellado, rosales, brezo, lilos, rododendro, acebos, artemisa, etc. También cuenta con un jardín zen en un costado del parque, presidido por un peral, diseñado en 2021 por el arquitecto Shuichi Kobari.

Un recorrido amenizado por la colección de arte con bustos de emperadores romanos o la estatua de Galatea. El estudio de la vegetación ha sido uno de los puntos importantes en la recuperación del jardín histórico de Parque Florido que se llevo a cabo en 2004 por el estudio de paisajismo Citerea. Para ello, se realizó una exhaustiva investigación dirigida a determinar no solo las plantaciones utilizadas en su momento, sino también el uso, forma y composición que se hacía de cada una de ellas. Fruto de ello es el jardín que hoy podemos disfrutar, donde observar el paso de las estaciones a través de la vegetación, disfrutar de un paseo, de la lectura bajo la frondosidad de sus árboles o de un momento de remanso en mitad de la capital.